TEXTO Y FOTOS: ASIER VERA

Por primera vez, ha sido posible escuchar el relato de una de las 15 niñas que sobrevivieron al incendio en el Hogar Seguro ocurrido el 8 de marzo de 2017. Identificada como testigo L, caracterizada al estar sus datos bajo reserva y acompañada de una psicóloga de Mujeres Transformado el Mundo, la víctima, que ya tiene 25 años de edad, declaró el pasado 14 de noviembre desde el Ministerio Público (MP) en calidad de testigo, en el juicio que comenzó en enero contra ocho funcionarios por la muerte de 41 niñas y las heridas graves a otras 15.

La joven contó a la jueza del Tribunal Séptimo de Sentencia Penal, Ingrid Vanessa Cifuentes, cómo se escapó el 7 de marzo de las instalaciones del Hogar Seguro para huir de los malos tratos “constantes de lunes a domingo” a manos de las monitoras, así como de la comida en mal estado y las condiciones inhumanas que sufrían en esa institución a cargo de la Secretaría de Bienestar Social. Asimismo, detalló el momento agónico del incendio en el que junto a otras 55 niñas estaba encerrada bajo llave en un aula custodiada por agentes de la Policía Nacional Civil: “en cinco minutos ya estaba todo incendiado y ni aun así nos querían abrir la puerta”, lamentó.

La testigo L recordó que ingresó al Hogar Seguro Virgen de la Asunción en 2016 cuando tenía 15 años, tras haber sufrido maltrato y violación en el seno de su familia, por lo que permaneció en el módulo 2 durante dos años y nueve meses. Anteriormente, desde los 11 años, había permanecido por los mismos motivos en otros hogares privados, entre los que citó La Alianza, si bien debido a la falta de espacio y a que iba cumpliendo años, fue trasladada finalmente al hogar público ubicado en San José Pinula.

“Nada más entré al Hogar Seguro me dieron maltrato y no había buenos recursos para que uno descansara bien porque las colchonetas estaban rotas, las camas no estaban en buen estado y pasábamos frío todas las noches”, criticó, al tiempo que reveló que “nos levantaban a las tres de la mañana para dar vueltas al campo, luego nos iban a meter a la pila a bañarnos con agua fría y, después comenzaba la rutina de hacer la limpieza, aunque no había ni trapeador, por lo que nosotras teníamos que usar nuestra ropa para trapear y lavar los inodoros”. Además, añadió que solo tenían permitido tener tres mudadas con las que debían pasar “los días y los meses”, mientras que censuró que no tenían productos para la higiene personal, como champú, toallas sanitarias y con un mismo cepillo de dientes se lavaban “cuatro personas”.

En cuanto a la educación que recibían, la tachó de “fatal”, dado que “no nos daban útiles escolares y los cuadernos eran usados” mientras que en los talleres “no había herramientas necesarias”. Entre los malos tratos que recibían, denunció que, en ocasiones, cuando las trasladaban de sus módulos al comedor, las obligaban a ir haciendo “sentadillas, lagartijas o el ejercicio de culiche, que era estar con las manos en la cabeza caminando agachadas sin parar y quien parara comenzaba otra vez de cero”. Además, agregó que las obligaban a hacer ejercicio bajo el sol y alguna de las niñas “se desmayaban”, al tiempo que las monitoras las “entraban a los módulos a empujones y con un bastón nos pegaban”.

“YA NO QUERÍAMOS MALTRATOS”

Respecto a la comida, describió que era “fatal”, porque, a veces, estaba en “mal estado” con los frijoles “descompuestos, la ensalada demasiado cruda y la bebida ya pasada, por lo que nos enfermábamos seguido con diarreas y dolor de estómago”, al tiempo que no había agua en los baños, lo que les obligaba a acarrearla desde la pila.  En este sentido, la testigo sobreviviente recalcó que “nos cansamos demasiado porque ya no queríamos ese tipo de maltratos y queríamos tener una buena educación y una manera estable para dormir”, razón por la cual el 7 de marzo de 2017 decidieron “alzar la voz” simulando una pelea en el comedor y abandonando las instalaciones del Hogar Seguro para que “nos hicieran caso de lo que estábamos pidiendo desde hace años y nos pusieran atención de que nosotras necesitábamos recursos y estar en un ambiente sano, nos dieran buena alimentación, buena educación e higiene personal”.

Otra de las situaciones que sufrían en el Hogar Seguro, según reveló, era que cuando las niñas se enfermaban, pedían ayuda para que las monitoras las llevaran al hospital y éstas hacían caso omiso. “A veces, mis compañeras amanecían sangrando por la nariz, otras padecían de asma o ataques nerviosos y queríamos atención médica y no nos prestaban”, reprobó.

A preguntas del fiscal de Femicidio Edgar Gómez, la sobreviviente negó que la pelea y posterior fuga el 7 de marzo del Hogar Seguro estuviera planeada, sino que “se dio así a la ligera”. Por otro lado, reconoció que ella fue una de las adolescentes que abandonó las instalaciones porque “realmente ya estaba aburrida y fatigada de que no tuvieran los servicios necesarios y cómodos, mientras que las educadoras mucho nos agredían, por lo que llegué al límite de tomar la decisión de irme por la puerta principal que ya estaba abierta”.

Según indicó, la PNC la “agarró” en una casa ajena en la que se introdujo tras pedir permiso a la señora que vivía en ella para poder descansar y usar el servicio sanitario. Señaló que la Policía la esposó con las manos a la espalda lastimando su muñeca izquierda, que llegó a sangrar debido a los apretados que estaban los grilletes. Cuando llegó de nuevo al Hogar Seguro, una policía la bajó de la patrulla y la propinó una patada con su bota en la cintura para obligarla a hincarse en el suelo. En el lugar, afirmó que ya había dos grupos de policías, de manera que los agentes que estaban uniformados todos de negro “solo portaban batones y, en cambio, quienes estaban de negro con camisa beige, logré ver que uno cargaba un revólver y otro una pistola normal”.

Preguntada por el fiscal cómo fue el procedimiento para ingresar a las 56 niñas al aula del Hogar Seguro, explicó que antes de encerrarlas en ese lugar donde se impartía tercero básico, dos policías mujeres iban revisándolas “de pies y cabeza y nos hicieron quitar la ropa y quedarnos desnudas literalmente para ver si no llevábamos objetos o algo por el estilo”.

Según detalló, la puerta del aula era de metal y tenía una “argolla para candado”, al tiempo que indicó que se mantuvo cerrada mientras las niñas estaban dentro. Asimismo, apuntó que en el exterior no había personal del Hogar Seguro, sino únicamente un grupo de policías mujeres que se quedó “custodiando la puerta y la ventana para que nosotras no volviéramos a salir”.

Cuestionada sobre si en el aula había camas, recordó que solamente había “entre 20 y 30 colchonetas de espuma y como no eran suficientes, la mayoría se tuvo que quedar en el suelo durmiendo y no había sábanas para taparnos”, a pesar de que había “bastante frío”. Preguntada si les llevaron comida cuando estaban confinadas en el aula, respondió que sí les llevaron el desayuno en platos y vasos de duroport y tenedor y cuchara plástica, pero “nadie comió porque la comida iba en mal estado, estaba shuca y llevaba calmantes que era yodo para que nosotras nos durmiéramos y despertáramos hasta la tarde o al día siguiente”. Así, señaló que cuando olió tanto la comida como la bebida “se sentía ese calmante como olor a óxido y toda la comida era de color verde”.

“NADIE NOS ABRIÓ LA PUERTA”

Por otra parte, explicó a la jueza que todas las niñas pidieron a las agentes de la PNC que las custodiaban en el exterior del aula que las llevaran al servicio sanitario para hacer sus necesidades fisiológicas y las llevaran a bañar porque “ya no aguantábamos la suciedad”, si bien “nadie nos abrió la puerta y como no nos hicieron caso decidimos hacer pipí y popó dentro del aula”.

A lo largo de la madrugada, apuntó que llegó una trabajadora del Hogar Seguro a tomar asistencia para ver si estaban todas las niñas “cabales”, para lo cual dijo el nombre de cada una de ellas. “Nosotras levantábamos la mano y dijimos presente y ni siquiera nos preguntaron si teníamos ganas de ir al baño, si queríamos agua o si queríamos irnos a bañar”, censuró.

Respecto al incendio que acabó con la vida de 41 de sus compañeras e hirió a otras 15, reconoció que desconoce cómo se incendió una colchoneta, pero dijo que el fuego “venía de afuera para adentro”. “A la hora que yo vi para el lado de enfrente, el fuego ya estaba y yo estaba hasta atrás de mis compañeras refugiada en una columna que divide dos ventanas y cuando vi, todas las colchonetas de esponja comenzaron a agarrar fuego, más los recipientes del desayuno y todo eso provocó que todo se incendiara en término de cinco minutos”, explicó.

En esta línea, insistió en que “en cinco minutos estaba todo incendiado y ni aun así nos querían abrir la puerta”. Admitió que ella no pidió auxilio, sino que se quedó callada, si bien sus compañeras “sí estaban pidiendo auxilio porque estaban más cerca del fuego y me cubrían del mismo porque yo estaba hasta atrás”.

La testigo relató que no se acuerda cómo salió del aula y agregó que cuando despertó y abrió los ojos pensaba que estaba en Guatemala, concretamente, en el hospital San Juan de Dios, si bien los doctores le informaron que se hallaba en un hospital de Houston (EEUU) adonde había sido trasladada vía aérea para curarla de sus graves heridas de quemaduras causadas por las llamas.

SECUELAS FÍSICAS, PSICOLÓGICAS Y EMOCIONALES

“Tengo muchas secuelas tanto físicamente, como psicológicamente y emocionalmente porque antes de que fuera la tragedia, mi vida, mi cuerpo y mi salud estaban intactas y no padecía ninguna enfermedad”, aseveró, a la vez que lamentó que sí quedó “muy afectada”, dado que tiene quemaduras “desde los hombros hasta los tobillos por toda la parte de atrás”, mientras que también tiene quemados “los pulmones, la columna, la espalda, caderas, cintura, glúteos, rodillas y tobillos”.

A día de hoy, reveló que aún tiene heridas abiertas que no se han cerrado debido a las quemaduras de tercer grado que sufrió, lo que le supone una “dificultad” para hacer sus labores en casa, mientras que le es difícil subir y bajar gradas en los buses porque su pierna derecha le quedó “dañada en todos los sentidos” y no puede caminar recto. “Cada vez que me baño y me quito el pantalón siempre tengo que mojar primero la ropa porque se me pega y a la hora que yo me la despego me vuelve a salir sangre”, manifestó.

Todas ello, según lamentó, le afectó “demasiado” porque cuando era adolescente su sueño era ser modelo de revista de prendas de ropa e incluso su familia le estaba ayudando para que alcanzara ese objetivo, “pero ahora que estoy con mi cuerpo así de esa manera, mis sueños ya no se pueden cumplir porque ya no tengo el perfil que necesita la empresa para ser modelo”.

“Hoy en día busco un trabajo y no me lo dan porque lo primero de lo que se guían es sobre mis dificultades en mi pierna derecha”, indicó, al tiempo que desveló que otro de los sueños que no va a poder hacer realidad en su vida es ser maestra de atletismo para enseñar a las demás personas a entrenar esta práctica deportiva.

A preguntas de los abogados del director del Hogar Seguro, Santos Torres, y del subcomisario de la PNC Luis Armando Pérez Borja, la joven reconoció que nunca recibió visitas de sus familiares, ni encomiendas, ni se comunicó telefónicamente con ellos durante los dos años y nueve meses que estuvo ingresada en el hogar de protección y abrigo. “Antes de entrar en el 2013 a los hogares, sí vivía con mis papás, pero cuando ingresé ya no tuve comunicación ni con mi papá, ni con mi mamá”, confesó la testigo, quien indicó que, en total, ha estado en ocho hogares de protección a lo largo de su vida, si bien actualmente ya vive sola tras haber adquirido la mayoría de edad.